¿“Comunidad” gay?

luis
8 min readApr 24, 2021

Antes de leer este artículo quiero aclarar algunos puntos:

  • cuando digo “comunidad gay” me refiero al sub-espacio del colectivo LGBTQ+ conformado por hombres homosexuales, que comparten distintos elementos en su cultura y narrativa;
  • acepto completamente mi orientación sexual, soy un hombre homosexual;
  • he pensado mucho sobre este tema, y me causa conflicto: creo que la comunidad gay no está siendo hoy el espacio inclusivo y seguro que debería ser, y eso, para mí, es un problema.
Octubre 2019, Santiago de Chile | Ver en Flickr

Cuando me dije “soy gay” por primera vez, no surgió en mí ninguna preocupación sobre cómo debería ser mi vida “siendo gay”. Tampoco me cuestioné el hecho, jamás intenté no serlo. Cuando le conté a mi entorno, nadie se sorprendió mucho, y rara vez fue un “problema”. Cuando entré a la universidad, fui muy abierto al respecto. En comparación con las experiencias de otras personas, la tuve bastante fácil.

Crecí y me desarrollé bastante lejos de los espacios propios de la comunidad gay, sobre todo porque vivía lejos. Fue cuando entré a la universidad, a los 18 años, que comencé a conocer y “visitar” espacios gays.

Espacios gays

Cuando se trata de espacios gays (en Santiago de Chile), se me vienen a la cabeza 4 categorías:

  • discotecas y fiestas, que son de acceso más “abierto” o “masivo”, con distintos tipos según la música, el público objetivo o el lugar donde se realizan, entre otros;
  • comunidades online en redes sociales (y apps de citas), que toman forma según los vínculos y contactos de cada persona, y que generan dinámicas que se viven también en discotecas y fiestas;
  • ONGs que abogan por la diversidad y la disidencia sexual;
  • y… saunas, que nunca he visitado.

Creo que las discotecas y fiestas son de los espacios más relevantes en la cultura gay: la interacción social (física y presencial) se da principalmente en estos espacios, y, tal como en la mayoría de los espacios sociales, existe una constante co-construcción de cultura, porque los hits y memes de hoy no son siempre los mismos de mañana.

Mis primeros acercamientos a la comunidad gay fueron a través de discotecas y fiestas, y probablemente para muchas personas también. A pesar de ser espacios de liberación (porque bailar k-pop en Illuminati es una experiencia espiritual), en ellos pude notar patrones y dinámicas que a menudo me hacían sentir incómodo, y no lo entendía, ¿cómo era posible que espacios inclusivos y seguros me hicieran sentir incómodo? ¿Cómo era posible que estos espacios gatillaran con tanta fuerza mis ansiedades e inseguridades?

Si bien parte importante del relato de la comunidad LGBTQ+ considera la inclusión y el respeto como elementos centrales, no creo que eso se viva necesariamente en los espacios la comunidad gay. En Santiago de Chile, estos espacios se limitan bastante a discotecas y fiestas, que muchas veces son espacios elitizados y burgueses — no es difícil identificar el público objetivo de algunas fiestas.

Fue durante la pandemia, al mirar estas dinámicas y comportamientos desde afuera, que pude identificar el origen de mi incomodidad. El problema, desde mi perspectiva, es que estos espacios no son realmente inclusivos. Y, muchas veces, tampoco seguros. Nadie puede negar el valor que tienen para muchas personas cuyas identidades u orientaciones sexuales no son respetadas o validadas en sus entornos, ni el rol clave que han jugado en la historia, pero sí creo que el foco ha cambiado y parte importante de la comunidad que frecuenta(ba) estos espacios ha adoptado un relato cada vez más excluyente.

La incomodidad

Creo que gran parte de la cultura que predomina en los espacios de la comunidad gay se basa en el shock y el morbo, lo que deriva muchas veces en comportamientos sociales tóxicos y una gran irresponsabilidad afectiva, emocional y sexual. No creo que estos elementos se encuentren presentes únicamente en la cultura y la comunidad gay, pero sí creo que definen gran parte de las dinámicas compartidas en discotecas y fiestas y en comunidades online.

He logrado identificar 3 grandes elementos que creo que aportan a la construcción de una cultura excluyente y poco sana: la hipersexualización (involuntaria), el consumo de drogas y la competitividad.

La hipersexualización

Soy más estructurado que muchas personas, pero no me considero una persona conservadora; y no creo que lo sexual sea inherentemente malo, de hecho yo me considero una persona muy sexual. Dicho eso, una de mis mayores incomodidades con la cultura gay tiene que ver con la hipersexualización, fenómeno que responde a un problema cultural mucho más grande, pero que se hace más visible y presente en una comunidad más pequeña.

He visto que esta lógica hipersexualizadora ha establecido parámetros superficiales para evaluar y validar a las personas, instalando ideas y relatos altamente elitistas, generando discriminación hacia quienes no cumplen dichos parámetros y, por consiguiente, efectos negativos sobre la salud mental de muchas personas. Y no sólo eso, en muchos espacios de la comunidad LGBTQ+ también se manifiestan con fuerza otros tipos de discriminaciones, como el racismo, la transfobia y la bifobia.

Los parámetros establecidos por la hipersexualización muchas veces se basan en estándares binarios sobre lo femenino y lo masculino, engrandeciendo y aplaudiendo la masculinidad e instalando una aspiración casi obsesiva a obtenerla. Esto se traduce en la búsqueda y preferencia de atributos culturalmente masculinos, tanto a nivel personal como relacional, y esa obsesión tiene efectos culturales y emocionales profundamente negativos para los hombres y la comunidad, instalando ideas tradicionales y machistas sobre lo que es ser hombre — como la premisa de que un hombre no puede demostrar emociones y debe ser agresivo para “ser” hombre.

Es común que en la performance social de la homosexualidad masculina, hoy principalmente virtual, predominen cuerpos y estilos de vida masculinos y hegemónicos. El problema es que esto se traduce en relatos altamente misóginos (aló, homofobia internalizada) y que estos parámetros se instalan como aspiraciones inalcanzables para muchas personas.

Estas aspiraciones y comportamientos han llevado a que empresas, marcas y organizaciones fallen rotundamente al (intentar) comunicarse con nosotros: hace un par de años, Ariel Levy, actor chileno heterosexual, fue parte de una marcha por el Orgullo como “embajador” de Absolut Chile, y, en el mundo del cine, muchos actores heterosexuales, con cuerpos e imágenes hegemónicas, aún actúan en roles homosexuales. Esto demuestra que las marcas, empresas y organizaciones que nos deberían representar creen que pueden apelar a nosotres con cuerpos hegemónicos. No tiene nada de malo mirar o desear estos cuerpos, pero sí deberíamos levantar una alerta cuando se instalan como una norma, o cuando se transforman en el centro de un relato que debería aspirar a la diversidad en toda su esencia.

Creo que esta superficialidad ha llevado, también, a la banalización de vínculos y relaciones, tanto propios como ajenos. La “hookup culture”, un estilo de vida donde se buscan y prefieren encuentros sexuales casuales, podría considerarse consecuencia de la hipersexualización, y hoy se da principalmente en aplicaciones como Grindr. Estos comportamientos tienen efectos altamente negativos sobre la salud mental de las personas, provocando adicción a las aplicaciones, evitando la construcción de relaciones de largo plazo, promoviendo y potenciando body issues, y aportando a los sentimientos de soledad que muchas personas sexualmente diversas sienten — no todes deben aspirar a tener relaciones de largo plazo o estables, pero estos comportamientos sí pueden limitar a quienes las quieren o desean (y lo he visto).

Gran parte de nuestra liberación ha tenido relación con aceptar y visibilizar nuestra sexualidad, que históricamente ha sido reprimida, pero no creo que debamos definirnos, como grupo o comunidad, desde ahí. Al hacerlo, se excluye a un gran grupo de personas que no conecta con la sexualidad de la manera que hoy se aspira, vive y promueve en los espacios gays. Debemos trabajar por lograr una inclusión real, diversa y humana, basada en elementos más valiosos de nuestras identidades.

El consumo de drogas (duras)

Otro problema cuyos efectos sobre la salud son incluso más graves es el consumo de drogas duras. Existen importantes asociaciones entre la cultura gay y el consumo de drogas, y estudios han demostrado que las personas de la comunidad LGBTQ+ tienden a consumir más drogas que las personas heterosexuales por múltiples factores, donde la discriminación sistemática no juega a nuestro favor. Incluso, su consumo en relación al sexo homosexual se ha convertido en un problema de salud pública en algunos lugares.

Si bien sé que el consumo de drogas duras no es un comportamiento transversal y que es criticado por muches, sí he visto que es bastante compartido sobre todo entre los círculos que más “brillan” o “destacan”. El problema es que estos comportamientos, para muches, generan un sentido de pertenencia.

Yo sólo he probado una droga dura en mi vida (el MDMA) y jamás lo haría de nuevo. Nunca me había sentido tan deprimido como en la resaca posterior a su consumo. No quiero juzgar a quienes consumen drogas y/o sufren problemas de acción (ese es un tema mucho más complejo sobre el que no estoy capacitado para opinar), pero no creo que sea un estilo de vida sostenible. Debemos dejar de glamorizar el consumo de drogas.

La competitividad

Creo que, por un lado, esto responde a la hipersexualización y los estándares y parámetros que ésta define, generando una competencia constante por cosas como quién tiene más sexo o sexo con más personas, quién tiene más seguidores y likes por su imagen y/o físico, o quién es más deseado… Y es difícil evitar caer en eso cuando la configuración y jerarquía social de la comunidad gay está basada, en gran parte, en la imagen y el sexo. No deberíamos entregarle tanto poder a esos elementos, deberíamos validarnos desde dimensiones más profundas.

Por otro lado, creo que es natural responder desde la competitividad en un contexto que históricamente nos ha limitado e incluso borrado del relato social. Es común que las personas del colectivo LGBTQ+ deban esforzarse más por mantener su estatus, tanto frente a la población mayoritariamente heterosexual como frente a otras personas del colectivo, ojalá no fuese así.

En síntesis…

Como mencioné, aunque parte importante del relato de la comunidad LGBTQ+ considera la inclusión y el respeto como elementos centrales, y aunque las discotecas y fiestas sean espacios de liberación para muches, los elementos anteriores han influido en mi experiencia en los espacios gays, sobre todo presenciales.

Los espacios virtuales de la comunidad gay, que además de las redes sociales incluyen aplicaciones o plataformas para buscar citas o sexo (Grindr, Hornet, Scruff…) han sido y siguen siendo territorios para la hipersexualización, la discriminación y la competitividad. En las ocasiones que usé estas plataformas (siempre con recelo y temor), conceptos como “no gordos”, “no femeninos” y “no extranjeros” eran parte de las descripciones en los perfiles, que también tendían a incluir fotos provocativas e incluso metros, kilogramos y centímetros en las descripciones. También, en varias ocasiones, vi invitaciones a consumir drogas.

No creo que todos los hombres gays caigan en estas dinámicas todo el tiempo ni que todos estemos libres de haber caído en ellas, y mucho menos creo que sean exclusivas de nuestra orientación sexual, pero cuando hablamos de espacios gays, deberíamos estar hablando de espacios seguros e inclusivos, diversos y abiertos.

¿Existen realmente los espacios seguros? ¿Existen espacios abiertos a la comunidad donde todes puedan manifestar su identidad sin los riesgos de la hipersexualización, el consumo de drogas y la competitividad? No muchos. Si tuviera que nombrar uno, probablemente diría Blondie, pero es más un espacio alternativo que gay. Necesitamos con urgencia que los espacios de la comunidad gay se vean empapados de empatía, cuidado, contención y acompañamiento.

Sabemos que las personas con identidades disidentes aún no podemos caminar tranquilas por la calle, por eso son clave los espacios (o momentos) seguros dentro de la que debería ser nuestra propia comunidad. Quizás, los espacios seguros o la comunidad misma son les amigues y familiares que nos quieren, apoyan, acompañan y contienen.

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